POR QUÉ ES MALO TENER MUCHA PERSONALIDAD


Cuando era niño, siempre quise ser el jefe de la pandilla, pero me tocó conformarme con ser el segundo de abordo, ya que había alguien con más carisma que yo, y eso era algo que solo podía que admirar. Deseé con todas mis fuerzas ser tan carismático y respetado como él, pero eso nunca llegó.

Cuando era adolescente y escuchaba decir a mis amigas “qué bueno está ése”, siempre acababa produciéndose una contradicción en mí. Por un lado, el susodicho me parecía un tipo de lo más gilipollas y chulo. Cuanto más duro era, o mejor dicho, se hacía, más les gustaba a ellas, y más suspiraban por él. Por otro lado, aunque me parecían auténticos tontos del culo y me daban rabia, si he de ser sincero, yo tampoco podía dejar de admirar sus motos trucadas, sus chupas de cuero, su actitud de estar ya de vuelta de todo, y ese toque de tío duro que yo no tenía. Me despertaban cierta envidia. Yo también quería ser un tipo duro, pero no me salía.

Lo mismo me pasó después, cuando me encontraba con gente que aparentaba una seguridad increíble en cada frase que decía. Nunca los podías pillar in fraganti, siempre tenían la respuesta justa y precisa que sentenciaba cátedra y con la que no podías hacer otra cosa que cerrar luego tu boca entre abierta presa de la admiración. Yo también quería ser como ellos: tener esa seguridad, saber qué decir en todo momento y de manera immediata ante un ataque personal, para así, dejar sentado a mi agresor con un golpe maestro dialéctico. Era gente que cuando hablaba, todos los demás callaban para escuchar. Cuando intentaba hacer yo lo mismo, me interrumpían.

También me encontre ya de adulto con los que tenían las ideas súper claras. Gente que luchaba por un ideal y argumentaba su lucha de una manera incontestable. También quería yo tener tan claro como ellos lo que hacer en la vida y, además, saber defenderlo. Pero la verdad es que no lo tenía, y eso me provocaba cierta ansiedad, y una lucha interna continua por encontrarme a mí mismo.

Pensaba de todos ellos que eran gente con mucha personalidad, con mucho carácter, gente que sabía luchar por lo que quería, decidida y hecha a sí misma.

Con el tiempo descubrí otras cosas. Descubrí que cuando somos pequeños nacemos con una esencia, unos dones que nos facilitan destacar en ciertas cosas en la vida y en otras no. También nos dotan de una manera de relacionarnos con el mundo. Esa esencia nos dice qué pieza somos del puzle que es la vida. Es curioso: sin nosotros el puzle no está completo, pero tampoco podemos pretender ser otra ficha distinta porque no encajaríamos en ese puzle. Me di cuenta entonces, de que toda esa gente que había considerado hasta el momento que tenía mucha personalidad, era gente que quería encajar en ese puzle en el lugar que ellos deseaban, sin respetar la propia forma de la ficha que encarnaban. Se empeñaban en dar vueltas a su ficha buscando en el machihembrado la manera correcta de poder alinearse con el hueco que habían elegido, y no se daban cuenta de que el hueco del puzle no se correspondía con su forma natural. Pero ellos ahí seguían, intentando de manera desesperada encajar como fuera, era la única meta en su vida. Incluso nos hacían partícipes a todos de manera ferviente de que ése era su lugar, su hueco en el puzle, y nosotros nos lo creíamos... Todo se limitaba a eso... A TRATAR DE ENCAJAR.

Entonces, al darme cuenta de esto, volví atrás en un viaje con mi mente, y comprendí que cuando fueron niños y trataron de desarrollar su papel en la vida, de manera coherente con la esencia que les había tocado, alguien, tal vez un padre, tal vez una madre... les hizo ver que así no, que la vida no se vivía así. Que la vida se vivía como a ellos (los padres y las madres) les decía su experiencia que había que vivirla.

El inconsciente del niño percibió en aquel momento que, si su máxima referencia, unos padres que eran todo para él, le decían que su esencia no era buena, o lo que es lo mismo, que él no era bueno tal cual era, pues habría que hacerles caso y dejar de ser ellos mismos, para ser aceptados y validados por sus padres.

En mi viaje mental, seguí avanzando en el tiempo por el pasado de estos niños, y pude ver la incoherencia que les generaba el que fuera negada su esencia, su “yo” más íntimo, la frustración generada en su interior, y la necesidad de no ser menospreciados ni anulados de nuevo. Ante esta desazón que les producía el haberse negado a ellos mismos para poder encajar en su familia, decidieron crear una defensa, una barrera en forma de imagen de persona dura y segura de sí misma, para que nadie volviera a toserles. Y con el paso del tiempo se acabaron creando un personaje que iba retroalimentándose de las experiencies que les tocaba vivir y donde lo ponían a actuar para que nadie volviera a acceder a su esencia rota.

El caso es que parece que, actuando así, la gente los respetaba, y esto hizo que ese personaje fuera interpretado como la opción correcta a elegir en cualquier situación a partir de ese momento.

Se creó un esfuerzo, una lucha en su interior por perfeccionar toda esta impostura. Su mente comenzó a trabajar a mil por hora elucubrando cualquier posible situación a la que este personaje se pudiera enfrentar, para tener en todo momento controlada cualquier faceta de la vida y que nadie pudiera hacerles volver a sentir desvalorizados. Incluso de tanto usarlo, acabaron identificándose con el personaje, olvidando y enterrando lo que un día, ya demasiado lejano, fueron.

Pero conforme pasaba el tiempo, esta lucha por mantener al personaje que ellos mismos habían creado se iba haciendo más dura, más complicada de mantener. El esfuerzo era cada vez mayor, ya que el personaje se iba alejando cada vez más y más de la esencia que habían negado cuando niños, y que aún continuaba escondida en algún recoveco de su interior, por mucho que ellos trataban de ignorarla. Cada vez eran menos “ellos mismos”, y esto les creaba la necesidad de redoblar los esfuerzos, ya sin saber para qué, pero necesarios para salir de la desazón ante su propia incoherencia interna que ahora sí, empezaban a sentir. Aunque jamás identificarían la causa de esta incoherencia con un motivo interno, sino con algo del exterior que iba en su contra.



¿QUÉ APRENDEMOS DE TODO ESTO?

La personalidad está formada por la herencia que recibimos de nuestros padres y abuelos, los aprendizajes que vamos adquiriendo del medio en el que vivimos y por cómo los interpretamos, generando unas creencias que nos acompañan en la vida.

Cuando nos damos cuenta de que esta personalidad lo único que ha hecho a lo largo de la vida ha sido tratar de que encajemos en la sociedad para evitar enfrentarnos a nuestros padres, a nuestros amigos, a nuestros maestros, a nuestros compañeros... y todo para ser aceptados, podemos ver detrás de esto que nos hemos abandonado, que hace mucho que dejamos de ser nuestra esencia, la cual queda hoy a años luz. Es en ese momento cuando nos podemos plantear si realmente tiene sentido tener mucha personalidad, o si la personalidad juega en nuestro favor. Es decir, ¿lo que hemos heredado de nuestros padres y abuelos, lo que hemos adquirido del entorno y las creencias que hemos generado, han hecho que nos alejemos de nosotros mismos, de nuestra esencia? Para mí, la respuesta es SÍ. Un sí rotundo. Y esto no es bueno.

Cuando dejamos de identificarnos con el personaje que nuestra mente ha creado y actuamos desde lo que hay dentro de nosotros, estamos conectando con nuestra esencia. Y entonces desaparecen las luchas, las cosas salen solas, sin esfuerzo. Porque las cosas que se hacen desde la esencia no cuestan esfuerzo. Es algo que nos sale de manera innata.

Hoy comprendo que quizá los que no éramos unos tipos duros teníamos ventaja. Tuvimos mayores opciones de darnos cuenta de nuestra incoherencia.

La necesidad de defender una ideología, de cuidar nuestra imagen ante los demás o nuestro punto de vista ante algo, sólo implicaba identificarnos con nuestras creencias, con nuestro personaje ante la vida, porque si de verdad algo parte de tu esencia no necesitas defenderlo. Es como es y lo sabes.

En el fondo, el problema siempre ha sido el mismo, el empeñarnos en negar lo que nuestro interior nos decía, el no querer ver que había una incoherencia entre lo que éramos y lo que se esperaba de nosotros. Si notas esta incoherencia y sufres con ello, estás en el buen camino. Tienes la opción de salir de tu personaje y retomar el contacto con tu esencia, con tu realidad... Y dejar de luchar.

Los que ya no somos duros y los que nunca lo fuimos estamos de suerte, y hoy tenemos la opción de seguir por el camino de desapegarnos de nuestro personaje y aceptar lo que la vida nos ha deparado. Aceptar que somos parte de un Todo, y que este Todo está dentro de nosotros. Sin luchas, limitándonos a disfrutar de las cosas buenas y también de las malas. Porque lo que la vida te depara siempre es para que tú aprendas algo, y la queja ante lo que nos toca vivir es lo contrario al aprendizaje.

Cuanto menos personalidad tienes, menos te identificas con tu ego, y más cerca estás de tu esencia.

Es un camino largo, de auto conocimiento, pero que, sin duda, merece la pena.