Las contradicciones de la educación




Somos lo que mamamos, una proyección de lo que nuestros padres han entendido que es la vida, junto a la interpretación de una amalgama de normas sociales no escritas que conforman lo que Jung calificó como inconsciente colectivo, y que responden a comportamientos que todo el mundo debería cumplir si no quieres ser calificado como “rarito”.

 

Almenos esto será así en la primera parte de nuestra vida, cuando estamos inmersos en pleno proceso educativo, y hasta que tengamos la posibilidad de darnos cuenta por nosotros mismos de estos condicionantes con los que cargamos.

La mayoría de la gente no lo hará y continuará toda su vida cargando con estas mochilas, transfiriendo esta información que le ha sido impuesta, a sus hijos mediante ese maravilloso mundo que está estudiando la epigenética y que tanta importancia da al entorno en el devenir de nuestra vida, y que de alguna manera desató el Dr. Bruce H. Lipton allá por la década de los sesenta, cuando demostró que el comportamiento celular no viene marcado por los genes, sino que es el entorno el que hace que una célula reaccione de tal o cual forma. Él asemejaba el funcionamiento de una célula al de un ser humano. Aunque teniendo en cuenta la infinita mayor complejidad de un ser humano respecto a una célula, en lo esencial responden igual ante los patrones que marca el entorno.

Se le ocurrió partir de una única célula madre que se iba multiplicando en una placa Petri e introdujo sus divisiones (hijas) en otras placas, cambiando únicamente el ambiente en el que se iban multiplicando a continuación. El resultado fue que en una placa acababa formándose hueso, en otra tejido muscular, en otra piel… Con lo que pudo demostrar que lo único que había cambiado en el proceso era el entorno que controlaba el comportamiento de esas células.

Y hablando del entorno y para meternos más en materia, el que ha condicionado a nuestros padres les ha hecho adquirir una interpretación de todo lo que ha sucedido en sus vidas, sea lo que sea lo que les haya tocado vivir. Por ejemplo, el dinero, que como dice Jaume Campos, nunca significará lo mismo para unas personas que para otras: para unos puede significar poder, para otros mera subsistencia, para otros un hogar, para otros lujo, para otros papel de váter… Las interpretaciones que cada uno haga de las distintas situaciones le lleva a educar a sus hijos en función de sus creencias, transmitiendo sus miedos, preocupaciones, fortalezas, incomprensiones, virtudes, desvalorizaciones… Y todo esto porque ésta, es información que está en nuestro inconsciente y que no podemos controlar. La transmitimos con nuestros actos y comportamiento, y nuestros miedos de hoy serán los miedos de nuestros hijos el día de mañana. Las situaciones que no resolvamos nosotros están condenados a resolverlas nuestros hijos. Y si estos no lo hacen, deberán hacerlo nuestros nietos.


Si mi familia es muy católica y mis padres me han educado en esta doctrina, seguramente me será muy difícil romper una relación de pareja porque el cura dijo “hasta que la muerte os separe”, obviando aquí lo que yo pueda sentir al respecto.


Si unimos esto a los patrones que dicta la sociedad que son los correctos, nos encontramos con niños que arrastran unas cargas enormes impuestas que les dicen cómo tienen que vivir su vida: ser buen estudiante, obediente y trabajador, extrovertido, disciplinado y con iniciativa para emprender sus retos e ilusiones en la vida. Deportista y buen compañero, con una pizca de ingenio y fiel a sí mismo. Y todo ello con la mejor sonrisa.

¿Alguien me puede explicar cómo un niño al que le han impuesto una manera estricta de vivir su vida puede ser todo esto y encima ser feliz con ello? Sencillamente es imposible. Partiendo de que está viéndose obligado a hacer felices a sus padres y a contentar a la sociedad, desconectando de su verdadera realidad, de lo que en esencia es y debiera explotar… de su potencial. Como digo, sencillamente es imposible. Por fuerza se van a ir creando contradicciones dentro de él, entre lo que le han enseñado a ser,  y lo que de verdad siente y le pide el cuerpo. El problema de todo esto es que ni siquiera se acabe nunca planteando por qué esto debe ser así, por qué no puede dejar de seguir las normas y vivir para él, y acabe aceptando la situación estoicamente. Realmente será un esclavo de su educación.

 

En este aspecto, y al afrontar lo que nos toque vivir, la verdad es que da igual que ante unos padres autoritarios nos convirtamos en un hijo servil o en uno rebelde. La realidad es que son las dos caras de una misma moneda, donde expresamos diferentes comportamientos y emociones ante una misma situación que nos incapacita y limita. El fondo, lo que subyace en lo más profundo del problema, es una emoción enquistada de soledad, incomprensión y miedo, que hemos mamado y aceptado como lo único real y posible en nuestra vida, sin ni siquiera plantearnos nunca que tal vez nuestros padres nos inculcaron sus propias inseguridades y miedos, y que ahora somos nosotros los que estamos lidiando con ellos.

Por eso, da igual cuál sea la respuesta, la del hijo sumiso o la del rebelde, porque en ninguno de los dos casos estamos atacando la raíz del problema, del conflicto limitante, ese proceder que nos enseñaron cuando niños y que lo hemos repetido a pies juntillas, día tras día, como si fuera un mantra, sin poner nunca en duda… Y luego nos preguntamos por qué una persona se auto devalúa. ¿Nos hemos planteado acaso si sus padres le hicieron sentirse menos que su hermano, por ejemplo, cuando era pequeño? O ¿por qué una persona pasa por encima de los demás? ¿No será que es lo único que le ha valido desde su más tierna infancia para conseguir lo que quiere? Y como estos muchos otros casos que camuflan vicios, dependencias, conflictos limitantes que nos van siendo transmitidos tanto por nuestro entorno cercano como por la sociedad en la que vivimos. Eso sí, de manera inconsciente, por eso no somos capaces de hacerles frente hasta que alguien o algo nos los hace ver.

Quizá si pudiéramos llevar del inconsciente al consciente toda esta información que nos limita, podríamos hacerle frente a todo lo adquirido del entorno que no ha pasado un filtro en el que yo mismo, desde lo que siento, valore si es positivo para mí o no y, en consecuencia, pueda actuar de manera más coherente conmigo mismo.

Pero para eso tenemos que limpiarnos nosotros primero como padres, para no transmitir con nuestros actos y comportamiento los conflictos que arrastramos a nuestros hijos. Sin ningún tipo de dudas, unos padres sin demasiadas incoherencias internas van a educar a hijos más felices, porque a la vez sabrán respetar el camino que decide seguir su hijo, y su única misión será estar ahí para ayudarle en su recorrido, y no para que su hijo solucione sus frustraciones personales y pueda alcanzar lo que ellos no han podido.

 

Al final, la educación debería perseguir esto, sacar la mejor versión de nosotros mismos. No pongamos más palos en las ruedas de nuestros hijos, y sepamos ver su potencial y dejar que libremente lo saquen y expresen. No les juzguemos porque lo que les guste a ellos no sea lo mismo que nos gusta a nosotros, o lo que consideramos que tiene más salidas laborales de cara a un futuro. Que sean ellos los que escriban su propio futuro.