Cuando la ciencia tiene prisa por comprender... y no puede


Hace poco estuve asistiendo a un curso sobre inteligencia emocional en la universidad. Este curso se hizo paralelamente a la celebración del Congreso Internacional sobre Inteligencia Emocional, también en la misma universidad. Profesor del curso y director del congreso eran la misma persona.


El curso en sí, he de decir que no me aportó lo que esperaba de él, con todos mis respetos hacia el mismo, pero, sinceramente, no era lo que estaba buscando. Luego os cuento por qué. Independientemente de esto, lo que sí que se me quedó en la retina durante días fue el comentario de uno de los compañeros, que se sentaba justo a mi lado en el curso, Fernando Vilar. Él, junto con su equipo, elaboró el discurso de inauguración del congreso para que fuera expuesto por las autoridades, en este caso, una vicerrectora. Me enteré de esto porque el propio profesor lo felicitó públicamente en el curso por el buen trabajo realizado.  Lo que me impactó fue lo que alegó mi compañero durante aquella conversación, a modo de anécdota, tras agradecer las felicitaciones. Él decía que se había eliminado una frase de la versión definitiva del discurso que, según él, le quitaba el alma al mismo. Me quedé sorprendido y expectante. Cuando dijo la frase en cuestión, comprendí. Decía algo así como:

“Llevamos siglos intentando conquistar la razón, y ahora nos hemos dado cuenta de que lo importante era conquistar la emoción”.

Para mí, esta brillante frase resume muy bien lo que estamos viviendo como sociedad.


La sociedad necesita comprender para poder avanzar. Ese ha sido, durante siglos, el arma con la que hemos jugado todos. Y nos ha funcionado. El saber era poder. Pero, de repente, en una sociedad que se mueve a un ritmo vertiginoso, en la cual la noticia que es una exclusiva por la mañana ha pasado a ser caduca al atardecer; en una sociedad donde la velocidad de nuestros actos va más rápida que nuestra capacidad de asimilación, ya que no se nos da tiempo ni de sentir cómo nos impacta la gran cantidad de datos con la que somos bombardeados de continuo, a los cuales, además, tenemos acceso ilimitado; en una sociedad donde la sobreinformación es tal que nos satura completamente, dejándonos indefensos y mareados ante la imposibilidad de elegir una opción apropiada y consiguiendo que, dándonos por vencidos, nos dejemos arrastrar por la tendencia que más de moda esté; en esa sociedad en la que vivimos, estas herramientas ya no tienen sentido. Y no lo tienen porque se ha escapado todo a nuestro control. Tenemos el conocimiento, pero no sabemos qué hacer con él, ni cómo ubicarlo en nuestra vida, ni cómo dotarlo de sentido. Nos sentimos desbordados y necesitamos un punto de referencia para encontrar el camino a seguir en toda esta vorágine de información que nos rodea. Y eso no lo da la razón, sino más bien la sensación.


La cordura que buscamos está en nuestra parte emocional, en ese flash interno que recibimos en ocasiones y que nos hace saber que “por aquí, sí”. Es a esa sensación a la que me refiero, la misma que nos ayudará a ubicarnos y a aprender a coger lo que nos interesa y a descartar lo que no nos sirve.


De esto, la ciencia se ha dado cuenta y va  a toda prisa, como pollo sin cabeza, intentando dar con la clave que le permita comprender la nueva realidad a la que nos enfrentamos. Esta ciencia es la misma que trata de comprender racionalmente las emociones, y que no se da cuenta de que pensar una emoción no es el camino. Los pensamientos se pueden pensar, pero las emociones hay que sentirlas. Aquí, según mi punto de vista, radica su imposibilidad de dar con una solución satisfactoria: invierten el orden de la ecuación.


La ciencia clasifica emociones, estructura los procesos internos, analiza fisiológicamente las consecuencias de las emociones en el cuerpo… Es decir, quiere comprender el proceso de la emoción. Y eso no es que esté mal, pero implica no ir al fondo de la cuestión. Para dar con la clave, primero hay que sentir, sin intentar comprender. Y luego, la propia emoción será la que te irá guiando hacia la comprensión del proceso. Es decir, primero hay que dejar que la emoción te embargue, te traslade hacia un mundo más profundo en tu interior, donde, si lo miras con detenimiento, siempre has vivido bajo la inseguridad y el miedo a ser tú mismo. Desde el reconocimiento de esa, tu realidad, puedes ver qué te quiere decir esa emoción sobre tu forma de vivir la vida, por qué se despierta justo cuando lo hace y no en otro momento… Así, y sólo así, podrás entender. Pero no antes.

Ese sería el proceso correcto. Si intentamos entender desde el principio, cortamos la emoción, y ella no nos puede guiar hacia el aprendizaje. Y repetiremos el confllicto una y otra vez en la vida, sin salir del bucle. El día que la ciencia entienda esto, las cosas cambiarán. Aunque, para poder entenderlo, primero tendría que sentirlo.

Es por eso por lo que no encontré acertada la dinámica del curso al que asistí y tampoco comparto que en el discurso inaugural de un Congreso Internacional sobre Inteligencia Emocional se suprima una frase como la que dijo el compañero.

Aunque, al final, esto es sólo mi punto de vista.